
Hay momentos en el aula en los que se abre un libro de literatura y, aunque todo parece listo para iniciar una buena lectura, el texto está elegido con intención, las consignas son claras y el ambiente es propicio, el entusiasmo no aparece. Las páginas se abren, sí, pero los ojos no brillan; las palabras avanzan, pero no despiertan eco. ¿Qué es lo que falta cuando todo lo técnico parece estar bien?
La respuesta puede estar más allá de los métodos; quizá lo que no se ha activado es la disposición emocional del estudiante para implicarse en lo que va a leer. Y es que la lectura literaria no se limita a entender lo que sucede en un relato; implica interpretar, imaginar, sentir y, sobre todo, ponerse en el lugar de otro. En otras palabras requiere empatía.
El desarrollo de la empatía en la lectura no solo ayuda a comprender mejor los textos, sino que también potencia la capacidad de conectar emocionalmente con ellos. Un lector empático no solo entiende lo que ocurre en la historia, sino que se siente parte de ella, lo que hace la experiencia mucho más rica y profunda.
Cuando la empatía está presente, la lectura deja de ser un ejercicio mecánico y se convierte en una vivencia significativa. Los estudiantes se sienten motivados, no solo a leer, sino a reflexionar sobre lo que están leyendo, lo que fomenta una mayor comprensión crítica.
Además, el fomento de la empatía tiene beneficios que van más allá de la literatura. Los estudiantes desarrollan habilidades de pensamiento crítico, empatía emocional y mejoran su capacidad para abordar textos más complejos, incluidos los técnicos y académicos.
Promover la empatía en los estudiantes, por tanto, no es un detalle menor en su proceso lector. Es necesario, cultivar la empatía en los estudiantes es esencial para que se conviertan en lectores comprometidos, capaces de disfrutar y reflexionar sobre lo que leen. Este enfoque transforma la lectura en una experiencia valiosa y perdurable.
Compartimos siete estrategias para trabajar la empatía en las sesiones de lectura literaria:
1. Presentación silenciosa con mimo
Seleccionar una escena cargada de emoción y representarla en silencio, mediante gestos y expresiones corporales, permite que el grupo conecte con el libro antes de leerlo. Esta representación puede estar a cargo del docente o de estudiantes voluntarios, y sugiere al espectador que hay algo importante que descubrir. Al finalizar, se proponen preguntas como: “¿Qué historia imaginas?”, “¿Qué sentía ese personaje?”. Este tipo de presentación, sin palabras, activa la curiosidad y despierta la empatía de manera no verbal.
2. El objeto perdido
Antes de revelar el título del libro, se presenta al grupo un objeto relacionado con la historia: un zapato embarrado, una carta arrugada, una joya antigua. El objeto se coloca en el aula como si hubiese sido olvidado allí por alguien. Luego, se invita a imaginar a quién pertenece, qué ha vivido, qué historia lo acompaña. Este pequeño enigma despierta el deseo de leer, pues instala la sensación de que detrás de ese objeto hay un relato que espera ser descubierto.
3. Lecturas con “lentes emocionales”
Seleccionar un cuento o fragmento breve y proponer a los estudiantes leerlo desde una emoción específica, como si fueran un personaje lleno de rabia o alguien que acaba de perder algo muy querido, puede ser una forma poderosa de despertar la empatía. Al finalizar, conviene reflexionar en grupo sobre cómo cambia la interpretación del texto según el estado emocional del lector. Esta práctica sencilla permite comprender con mayor profundidad las motivaciones y conflictos de los personajes.
4. Entrevistas imaginarias a personajes
Una vez leído el texto, se puede organizar una ronda de entrevistas simuladas donde algunos estudiantes asuman el papel de personajes y otros, el de periodistas. Las preguntas deben orientarse hacia las emociones y decisiones clave de la historia: “¿Por qué actuaste así?”, “¿Te arrepientes de lo que hiciste?”, “¿Qué hubieras querido cambiar?”. Esta dinámica fomenta una mirada introspectiva, sensible y crítica hacia los protagonistas del relato.
5. Cajas de empatía
Colocar dentro de una caja objetos simbólicos que podrían pertenecer a un personaje, como una carta, una llave, una fotografía o una prenda, y pedir a los estudiantes que imaginen la historia de quien los posee, estimula tanto la creatividad como la identificación emocional. Tras compartir sus hipótesis, puede leerse el texto original y comparar. Este ejercicio, cargado de imaginación, permite acercarse a los personajes desde lo afectivo antes que desde lo racional.
6. Mapa de emociones del texto
Durante la lectura, los estudiantes pueden registrar los momentos en que cambian las emociones de los personajes: cuándo sienten miedo, cuándo dudan, cuándo experimentan alegría o pérdida. Estos “mapas emocionales” ayudan a visualizar el recorrido interior de los protagonistas y, con ello, a comprender mejor sus decisiones y contradicciones. La empatía se fortalece cuando se logra leer no solo lo que sucede, sino cómo se siente lo que sucede.
7. Círculos de lectura con personajes marginados
Trabajar con textos protagonizados por personajes históricamente excluidos, como huérfanos, migrantes, personas con discapacidad o minorías culturales, permite abrir conversaciones sobre cómo son percibidos y tratados dentro del relato. Invitar a los estudiantes a conectar estas experiencias con sus propias vivencias o con realidades cercanas amplía la comprensión emocional y social. Leer con empatía también significa ver al otro cuando ha sido invisibilizado.
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