La profesora Marisol dirige un pequeño club de lectura en su secundaria. Este año decidió probar algo distinto: integrar la inteligencia artificial a sus sesiones. Al principio, sus alumnos no sabían muy bien qué esperar… pero la curiosidad fue más fuerte.
Cada semana leían juntos un cuento corto. Uno de los favoritos fue «El almohadón de plumas» de Horacio Quiroga. Cuando terminaron de leerlo, Marisol les lanzó algunas preguntas… pero esta vez con un giro:
—Bueno, chicos…
¿Ese final les voló la cabeza o los dejó fríos?
Si ustedes fueran Alicia, ¿harían algo diferente o se quedarían igual de dormidos?
¿Creen que Quiroga quería asustarnos… o decirnos algo más profundo?
¿Se atreven a inventar otro final más loco o más feliz?
Uno a uno, empezaron a hablar:
Mateo dijo:
—¡Ese final me dio escalofríos! No me lo esperaba para nada… pero me encantó. Me dejó pensando en cuánto ignoramos lo que pasa a nuestro alrededor.
Lucía opinó:
—Yo creo que todo es una metáfora… como si el almohadón fuera la indiferencia del esposo. Alicia estaba muriendo en silencio y él ni se enteró.
Julián se animó con algo distinto:
—Para mí, el almohadón debería haber sido maldito desde el inicio. ¡Y que Alicia sobreviva, pero quede marcada para siempre!
Entonces, la profe abrió la compu y escribieron juntos esas mismas preguntas en ChatGPT.
La IA respondió con ideas que nadie había dicho:
—»El final es como una crítica silenciosa a lo frías que pueden ser algunas relaciones. A veces, lo que te mata… no es lo más obvio.»
—»Si Alicia hubiera sospechado antes, tal vez se salvaba. Pero también habría vivido con miedo… ¿vale la pena saberlo todo?»
—»¿Y si el parásito se pasara al esposo al final? Así se abriría la puerta a una segunda parte. El peligro no ha terminado…»
Los chicos se quedaron sorprendidos:
—¡Eso no lo había pensado! —dijo Mateo.
—¡Profe, ese robot está loquísimo! —gritó Camila, entre risas.
—Pero… eso no es lo que yo entendí. —respondió Diego, intrigado.
Y justo ahí ocurrió la magia. No se trataba solo de leer por leer.
Era conversar, comparar, imaginar…
La lectura se volvió un juego mental.
Marisol aplicó, sin saberlo, un principio clave de la neurociencia:
El cerebro aprende mejor cuando compara, predice y se sorprende con lo inesperado.
Desde ese día, cada sesión termina con el clásico:
—“¡Preguntémosle al robot!”
No como una verdad absoluta… sino como otro lector más que se sienta con ellos en el círculo.
Marisol dice que nunca había visto a sus estudiantes tan comprometidos con lo que leían. La IA no reemplazó el club. Lo potenció.
Y los libros dejaron de ser tarea… para convertirse en conversación.
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